viernes, 17 de febrero de 2012

La madre que me parió

Este blog nació con la intención de escribir sobre Lorenzo, pero lo cierto es que se ha ido convirtiendo en una especie de libro de pensamientos donde caben todos, aunque es cierto que el tema estrella es la adopción, ser mamá, ser papá...Y ayer, haciendo empanadicos con mi madre, pensé que no había escrito sobre ella, sobre la madre que me parió. Enriqueta, que así se llama la susodicha, se acerca a la ochentena andando como un robot (esto lo dice Lorenzo). Su delicada salud de hierro le pasa factura cada día, soportando estóicamente dolores y una millonada de pastillas que toma con resignación. La cosa es que ayer me decía, que en sus clases, no se si de labor o de informática, que la mujer lo de estar parada no sabe hacerlo, una de sus compañeras comentaba que le resultaba imposible creer que se pudiera querer igual a un hijo biológico que a uno adoptado. Claro está, mi madre le contestó que, efectivamente igual del todo, y que cuando ella mira a sus nietos (por mis hijos) sólo ve a sus nietos y no piensa en quien los parió. Esa es mi madre. Con dos.
A veces la miro y siento cosquillas por dentro, como las de los enamorados. Enri, enterró a su madre siendo preadolescente, cuidó a su padre y hermanos como una mamá niña, menuda y delgada, formó su familia con mi padre (que merece capítulo aparte), nos crió a mi hermano y a mi, soportó la enfermedad de mi padre y su marcha, la enfermedad de mi hijo y su marcha, soporta el paro y todo lo que conlleva (circunstancial espero) de mi hermano, y soporta sus dolores y achaques. Y además, le da tiempo de hacer empanadicos conmigo. La edad se le nota en los ojos cansados, en la lágrima fácil...en que ya no puede amasar, pero prepara los ingredientes y los reparte con mano sabia. Mientras charlamos. Son pocos estos ratos, pero son preciosos.
Cuidado..a veces estallamos en bronca monumental, que las dos somos bravas. Pero cierto es, que como madre e hija nos perdonamos todo. Nos puede más el amor que nos une, ese que no se puede medir ni cortar, el incondicional, el que ella siente por mis hijos y por mi, y yo por ella.